Al
día siguiente, cuando empezaba a clarear un nuevo día, un apuesto jinete,
montando un brioso corcel, trasponía las murallas de Toledo. Las grandes
murallas que el rey Alfonso VI conquistó a los árabes en 1085.
II
_... Y ya lo sabéis.
Quiero que el conde de Montoro, cuando abandone este palacio, sienta deseos de
volver. Necesito su amistad._ Miró a su hijastra, que le escuchaba distraída y
continuó, al tiempo que retorcía las guías de su cuidado bigote_. La llegada de
Oswaldo de Livov quizá me haga modificar los planes que formé sobre tu
compromiso con Alberto de Mendizábal.
Luana se revolvió en
su asiento. Parecía que la conversación empezada a interesarle_ ¿Cuántos años
tiene el conde Oswaldo de Livov?_ Preguntó la muchacha.
_ ¿Crees que sólo la
edad interesa en las personas, Luana?
_ No, padrino, pero
desde ahora mismo me opongo a considerarle como un candidato a mi mano, si
rebasa los treinta años.
_ Escucha, Luana.
Podría por la fuerza obligarte a contraer matrimonio con Alberto. Su posición
en la Corte y su caballerosidad, son una garantía para la felicidad de
cualquier joven honesta. Pero no quiero emplear la fuerza… por ahora. Espero
que tu buen sentido no haga que me enfrente contigo, ya que eres la única
heredera de esta casa.
_ Por la fuerza,
padrino, no conseguiríais nada, Vos mismo afirmáis que no me parezco a mi madre
en mi modo de ser, que no parezco un dama… por mi intrepidez. Os digo que no me
casaré con Alberto de Mendizábal, como tampoco lo haré con el conde Oswaldo si
mi corazón no logra interesarse por el.
La mirada de Hernán de Alamar brilló
colérica y sus puños se cerraron con fuerza.
_ Solo por esta
insolencia merecías que se te castigase. Y lo haría, vive Dios, si el conde
francés no estuviera al llegar.
_ ¡Esta hija mía…!
¿Por qué no te parecerías a mi Luana? ¿Por qué, Dios santo, ese afán de
complicarse la vida?
_ Estás equivocada,
mamá, no es afán de complicarme la vida. Es afán de defender precisamente mi
propia vida.
_ En mis tiempos,
las muchachas aceptábamos, sin ninguna objeción, el esposo que a nuestros
progenitores les parecía conveniente.
_ Y en estos tiempos
también, mamá. Pero yo tengo formado mi
propio criterio y lucharé hasta conseguir que mis sueños se conviertan en la
más maravillosa de las realidades.
_! Luana! ¿Qué
manera es esa de hablar? Me das miedo, hija mía.
_ Otro día muchacha,
seguiremos esta absurda conversación. Pero ten en cuenta que seré yo, tu padre
ante la ley, quien dirá la última palabra. Y que no existirán más sueños ni
realidades que las que yo elija u ordene para ti.
Los párpados de largas y negras pestañas,
se abatieron ocultando la rebeldía que se leía en sus verdes ojos.
_Ahora_ Siguió el
conde_ irás a dar los últimos toques a tu peinado. Ya conoces mis deseos.
Quiero que el conde Oswaldo encuentre un clima de afecto en esta casa.
Media hora después, se detenía a la puerta
del palacio de “Las Mimosas”, una vistosa carroza, tirada por cuatro caballos.
De su interior y ayudado por el uniformado lacayo, descendió un hombre
elegante, de blanca peluca, que armonizaba admirablemente con el monóculo y las
golas de almidonado encaje de sus bocamangas y pechera.
Con pasos mesurados y presuntuosos, tendió
su enguantada mano a los tres miembros de la familia Alamar, que le dieron la
bienvenida en la gran escalinata de mármol.
-¿Llego puntual? Me
desagrada en extremo hacer esperar a las damas, máxime si como en el caso
presente, son tan lindas.
Después de las presentaciones de rigor,
pasaron al gran comedor donde severos y altivos criados sirvieron un espléndido
almuerzo.
El perfume del conde Oswaldo se extendía,
empezando a marear a sus tres comensales.
_ ¿Conocéis Francia,
señorita Luan?
_ Perdón, conde, me
llamo Luana de Alamar.
Su gesto fue altanero al pronunciar estas
palabras.
_ Nunca un nombre de
mujer pasó inadvertido para mí. Se perfectamente que os llamáis Luana, pero
debéis perdonarme que para mí seáis Luan, ya que tengo la costumbre de reducir
los nombres de todas aquellas personas que me gusta tratar, y vos presiento que
vais a gustarme.
_Pues…
_Mi hija tendrá un
gran placer si le concedéis a deferencia de gozar de vuestra amistad, señor._
La recia voz del conde Hernán, cortó la respuesta de Luana.
_ Siendo así, sólo
me queda lamentar una cosa…
_ ¿Y es, señor de
Livov?_ preguntó Luana.
_ Que no tengáis los
ojos negros._ Miró disimuladamente a los tres y continuó mientras ahuecaba los
encajes de sus bocamangas: _ Me apasionan los ojos negros.
El cerebro de Hernán de Alamar trabajaba
vertiginosamente. Mientras, Luana empezaba a encontrar divertido a aquel tipo
francés.
_ ¿Creéis, conde,
que os será fácil haceros con la cuantiosa herencia de vuestro tío?
_ Antes de venir a
Toledo, estuve unos días en la Corte y espero que se me den toda clase de
facilidades. Si bien no existe ningún documento que acredite que falleció,
tampoco le tenemos de, que siga viviendo. Y creo que pensar lo primero es lo
más razonable.
_¿Sois el único que
puede reclamar ese herencia verdad?
_ El único. Mi madre
era su única hermana y yo el único hijo de mi madre. ¿Está claro?
_ Muy claro.
La joven condesa
veía que, en un momento dado, le sería difícil ocultar la risa que pugnaba por
salir de sus labios.
_ Eso mismo me
dijeron en la corte. ¡Muy Claro!
_¿Por qué siendo un
noble caballero, no lucís la espada en vuestra cintura?
Luana hizo la
pregunta con fingido gesto de inocencia.
_ Me ponéis en un
grave aprieto, señorita, ya que me veo obligado a confesaros que su siniestro
filo me horroriza. Mamá murió del corazón y yo temo por el mío. ¿Es una razón
pausible, verdad?
_Muy pausible,
conde, muy pausible…
_¿Puedo contar con
vuestra ayuda, señores, para el caso de que el rey pusiera algún impedimento
sobre mis derechos a esa enojosa herencia? Nando, me ha dicho que todos ustedes
están muy bien relacionados en la floreciente Corte de Felipe V.
_Claro que podéis
contar con nuestra influencia, conde. Nos sentiremos muy complacidos si podemos
ayudaros.
_Vuestras palabras,
condesa, me llenan de satisfacción, pero opino que una dama no debe dejarse
llevar de sus encantadores impulsos sin contar con la aquiescencia de su señor
esposo.
_ Hago mías las
palabras de mi esposa, conde. Nuestra casa y nuestra amistad están a vuestra
entera disposición.
Me emocionáis,
señores. Mi corazón no se engañó en sus presentimientos. Nando tenía razón al
hablar tan bien de sus señores.
_¿Quién es Nando?
_ El único servidor
que queda en la Casona. Fernando Paz, es su nombre, pero claro, ya les he dicho
que tengo costumbre de las abreviaturas. Nando me contó lo que sabía de la
desaparición de mi difunto tío, pero yo quisiera, si no fuese mucho pedir, que
me ampliarais su relato, ya que necesariamente debéis conocer…
_ Encantado. Os
contaré todo lo que deseéis saber. Después, pasaremos al fumador y sin la
enojosa presencia de los criados, podré satisfacer vuestra curiosidad.
_No es que me
interese demasiado. No me gustan las cosas tristes…
_ ¿Dañan vuestro
corazón, señor de Livov?_ Luana hizo la pregunta con encubierta burla.
_ Encantadora
señorita, ¿Ignoráis por ventura que las cosas tristes siempre dañan, más o
menos intensamente?
La joven no
contestó. Su mirada estaba pendiente del mayordomo, que había irrumpido en el
comedor. Y después de inclinarse reverentemente, habló al conde Hernán,
silencioso y breve.
_ Tengo que
ausentarme por un tiempo. Queridas, en vuestras manos dejo al señor conde, en
la creencia de que, durante mi ausencia, será atendido dignamente. Partiré
dentro de breves momentos.
_ ¿Tan rápido?
_ Recaredo me llama
con urgencia a la Corte.
_ ¿Es algo grave?_
Preguntó el conde Oswaldo, en tono convencional.
_No grave no, pero
sí muy enojoso.
_ ¿Estaréis allí
muchos días?
_ Sólo los más
imprescindibles._ Se levantó, sin esperar los postres y siguió fingiendo gran
pesar_. Siento no poderle contar la triste historia de su tío, pero lo haré a
mi regreso. Mientras, mi querida hija puede haceros los honores.
_ ¿Podemos salir
solos?
Y al hacer la
pregunta, sacó un finísimo pañuelo de batista y encajes, para aspirar su
perfume.
_ La educación de mi
hija es algo liberal. Nadie se extrañará por ello.
_ Temo, entonces,
que voy abusar con exceso de tan bella compañía. ¿No enojará a nadie mi
presencia a su lado?
Luana esperó la contestación de su padrino,
con la risa jugueteando en sus tentadores labios.
_No debe importaros
el enojo de nadie, teniendo mi aprobación y la de mi hija.
_ ¿Y la tengo,
señorita Luan?
Ella contestó
afirmativamente, moviendo apenas la cabeza.
¡Qué buen capítulo!
ResponderEliminarTengo una sospecha respecto a este conde, pero me pregunto qué tan errada podría estar, y de no ser así, quizá sea muy obvio y la sospecha en sí no lo sea tanto, sino más bien una certeza... Obviamente, me has dejado pensando ;)
Creo, casi con seguridad, que Luana se va a divertir mucho con este conde.
Besos.
La rebelde Luana me temo que ha encontrado un rival digno para su ingenio.
ResponderEliminarBesos
Uys, que juego va a dar este conde en la historia me parece. Ya tengo ganas de leer esa conversación en el momento en que se queden solos...
ResponderEliminarBesotes!!!
Espero ansiosa las conversaciones entre el Conde y Luana, porque me parece que se van a sacar punta.
ResponderEliminarBesos
Que conste que me acabo de saltar el segundo, ja ja... pero qué patán se le ve al franchute, pero... seguiremos esperando al príncipe azul o... Qué bonita historia, amiga... esperandooooo Bss
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