… todo parecía
formar un suave eco a la risa maravillosa de aquella muchacha, bella y
sugestiva…
III
Los caballos enganchados a la carroza
empezaban a impacientarse. Luana paseaba por la lujosa habitación dando
muestras de impaciencia.
Lucía una falda de raso, cortada en capa de
grandes rayones en brillo y mate, una ligera blusa de organza y encajes de
escote subido. Su gran mata de brillante cabello caía sobre sus hombros y una
gran pamela, inclinándose sobre sus ojos, sombreaba su mirada, dándole un aire
de misterioso sortilegio.
_ Esta espera es
intolerable, mamá.
_ Puede hallarse
enfermo, hija. Tú dirás lo que quieras, pero a mí me parece un perfecto
caballero.
_ Pues es…un
perfecto idiota.
_! Luana!
_Si, mamá, un
perfecto idiota.
_ Hija, me asusta tu
vocabulario, tan plebeyo y vulgar.
La puerta de la estancia se abrió con
estrépito y la vieja ama, irrumpió en la estancia.
_ Toma, mi niña.
Acaban de traer esta nota para ti.
La cogió con ademán nervioso y su intenso
perfume la dijo que era del hombre que la había hecho esperar treinta largos
minutos.
Después de leerla se la tendió a su madre,
con un comentario.
_ Léela, mamá, y
atrévete a seguir sosteniendo que ese mamarracho francés que se llama Oswaldo
de Livov es todo un caballero.
La dama leyó la perfumada y escueta nota y
levantó los hombros con gesto negligente.
_ No encuentro en su
lectura nada que justifique tu furor.
_ ¿A si que sigues
sosteniendo que…?
_ Nada hay en esta
misiva que me haga cambiar de opinión. Te pide disculpas por no poder acudir a
la cita.
Luana miró a su madre y después, con gran
parsimonia, se puso los largos guantes de blanca malla.
_ Muy
caballeroso…Si, señor, muy caballeroso_ Dijo la muchacha, dirigiéndose hacia la
puerta.
En el carruaje la esperaba un lacayo, el
cual apostado, en el pescante, dio orden al cochero de que partiera.
Como muchas veces hiciera, Luana dejó de
pensar y se entregó por entero a admirar la belleza del paisaje, extendido a
las orillas del Tajo. Los cascabeles del carruaje, llevaban sonando largo espacio de tiempo
cuando un apuesto jinete, salió de la espesura. Siguió al coche cantando
alegremente, guardando siempre una prudencial distancia. Y su voz llena de
varonil atractivo, sacó a la joven de su soñadora abstracción. Ordenó al
cochero que aminorara la marcha y el joven jinete sonrió, al darse cuenta
de la maniobra.
_ Bravo, “Salazán”,
la suerte está de nuestra parte. La gran aventura va a dar comienzo_ murmuró el
desconocido, dirigiéndose al noble bruto.
Nuestro jinete también aminoró el paso y
volvió a sonreír cuando la joven dama asomó su cabeza…
El momento por él esperado había llegado.
Palmoteó suavemente el lomo del soberbio pura sangre y este como si fuera una
señal convenida, se lanzó a un trote elegante, alcanzando la altura del
carruaje cuando Luana, al dejar de oír, su sugestiva voz, volvió a asomarse al
exterior.
_ ¡Buenos días,
muchacha!
Luana se sonrojó. Y
sin dignarse contestar, se recostó sobre los mullidos almohadones del carruaje.
_ Tenía mejor
formado mejor concepto de la educación castellana. Y por lo tanto, me has
defraudado al no contestar. “buenos días, muchacho”_ dijo el joven,
introduciendo su cabeza por el hueco de la portezuela.
Luego con ligera osadía, siguió hablando:
_ ¿No te interesa
saber lo que yo habría dicho?
_No._! Vaya!_ rió
suavemente_. Algo es algo. Por lo menos ya sé que sabes decir “no”.
_Se decir algo más caballero.
Es usted un osado y un…
_ Espera, linda,
luego hablas tú. Ahora déjame decirte lo muy bonita que eres y lo mucho que me satisface
comprobar que tus ojos…me llamaban.
_ ¿Que yo os llamé?
Es absurda vuestra desfachatez.
Y Luana entre indignada y divertida, no quitaba ojo al apuesto joven.
_ Tú no te habrías
atrevido, pero tus ojos, sí. Tus ojos, que atraen y retienen…
_ ¿Queréis hacerme
el favor de alejaros? ¡Así, dejaré de oír estupideces!
_ ¿Y crees que tus
ojos no volverán a llamarme?
_ ¿Es costumbre de
vuestro país el tutear a quien se ve por primera vez?
El joven rió, alegre y teatralmente. Su
gallarda figura recortándose por el hueco de la ventanilla era asombrosamente
provocadora.
A Luana le dieron tentaciones de correr la
cortinilla, pero, sin saber explicarse la causa, no lo hizo.
El cochero esperaba una orden para acelerar
la marcha del carruaje, pero se encogió de hombros, y en su rostro curtido,
floreció una socarrona sonrisa cuando vio que, a su joven señora, no parecía
disgustarla demasiado la improvisada compañía.
El muchacho, con osada decisión y simpático
cinismo, siguió mirándola, al contestar a su pregunta.
_ El que yo tutee a
una señorita es señal evidente de que es hermosa. Nunca doy otro tratamiento a
la belleza, ya que me gusta intimar con ella. El ceremonial roba intimidad y…
_ ¿Y qué?_ Luego,
ante la sonrisa que adivinó en él, Luana continuó: _ sus respuestas son tan extrañas
y absurdas, que logran interesar.
_ ¿Por qué no me
tuteas? Ello daría más encanto a nuestra conversación.
_ Nuestra
conversación, señor va a ser breve, ya que Luana de Aranda y Cortés, condesa de
Alamar no suele conversar con desconocidos.
Al hablar, asomó su encantador rostro por
la ventana, para observar mejor el efecto de sus palabras. Pero su asombro fue
grande cuando vio que el joven seguía impasible.
_ Pues si el ser un desconocido constituye
un inconveniente para que charlemos, pronto este obstáculo va a dejar de serlo_
Cogió la espada que colgaba a lo largo de su cintura y, cruzándola sobre su
pecho, se presentó: _ Luis Martín González, siempre al servicio de lindas
damas.
_ Luis Martín… ¿González?
_ ¿Te desagrada mi
nombre? A mí me gusta. Estoy muy orgulloso de él.
_ ¿Por qué?
_ Es bonito, suena
bien… Estoy seguro de que te será muy fácil recordarlo. A todas las damas les
gusta mi nombre.
_ A mi, no. Creo que
ya se me olvidó.
_ Yo creo todo lo
contrario.
_ ¡Sois un
insolente!.
Tiró con rabia del cordón de la cortinilla
y ordenó al cochero que aligerara la marcha.
Fue obedecida con prontitud, pero si bien los
visillos borraron todo el paisaje exterior, en sus retinas llevaba tan grabada
la imagen de aquel hombre, que aún cerrando los ojos seguía viendo su gesto
burlón y su mirada audaz.
“¿Quien puede ser?”,
se preguntó a si misma-. “Tiene un nombre distinguido y un apellido honorable.,
pero se comporta como un plebeyo”.
No pudo vencer la tentación que la acometía
de volver a ver su rostro. Sus ojos negros e intensos que traspasaban como el fuego.
La capa, que con descuidada elegancia colgaba de un hombro. Y sobre todo,
aquellos labios que se contraían graciosamente en obstinado gesto de burla y
desafío.
Levantó con sumo cuidado una esquina de la
tela y le vio tal como su subconsciente terminaba de describirlo. Desafiante,
bello y altivo, como un guerrero.
De pronto enrojeció, turbada y se llamó a
si misma torpe una y cien veces. El joven había visto o quizá adivinado su
acción y la envió un beso, poniendo sus dedos en los labios…
No se le ocurrió repetir aquello. Sabía qué
el seguía allí, escoltándola y casi sintió pena cuando poco antes de llegar a
la ciudad, dejó de sentir su galopar y su canción alegre y melódica, que a ella
le estremeció dulcemente el corazón.
Uys, que aquí empieza a surgir algo... Que este caradura es de los que gustan! Peligro, peligro!
ResponderEliminarBesotes!!!
Se pone cada vez más interesante, el muchacho "malo" que toda niña buena quiere conocer!
ResponderEliminarTe he dejado un premio en mi blog :D
ResponderEliminarhttp://skollwolfswood.blogspot.com.es/2013/05/premio-liebster.html
Ya me imagino la película y esta sería una se esas escenas que nunca me cansaría de ver.
ResponderEliminarBesos y espero la continuación.
¡Al fin he podido ponerme al día! Y vaya con este capítulo, querida Jota, qué acontecimiento más peligroso. Con el carácter de Luana, no sé, me parece que se vienen tiempos turbulentos...
ResponderEliminarBesos.
Ja, ja, qué bueno, está muy pero que muy sabrosito, je je,,, seguiremos... Bss
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