Los estefanotes, los
tamarindos y las rosas parecían repercutir la risa burlona que acompañó la
marcha de la muchacha. Y cuando el reloj de la catedral dio las dos de la
madrugada, Luana no tuvo más remedio que confesarse que… tal como el apuesto
joven había predicho, sus últimos pensamientos antes de dormir, serían para él…
IV
La
joven traspuso la cancela con trote ligero y elegante, seguida a pocos metros
por un lacayo que, como ella, montaba un soberbio caballo.
Había
mandado ensillado a “Miopía” con
disgusto de su madre, ya que el conde Oswaldo había enviado un ramo de rosas
azules para anunciar su llegada.
_ No estoy con ánimo de soportar insulsas
majaderías, mamá_ dijo, ante la insistencia de la dama_.
Hazle tú los honores, yo no podría soportarle
hoy.
_ Te encuentro extraña, hijita, ¿Te sientes
mal?
_ No; me encuentro perfectamente, no te
preocupes.
_ Lo dices como si no fuese verdad.
_ Pues lo es, mamá. Aunque he de confesarte
que estoy disgustada conmigo misma.
_ ¿Qué te sucede? ¿Puedo ayudarte, yo?
_ ¿Qué me sucede? Mi disgusto radica en que
yo mismo lo ignoro. Siempre dijiste que yo era algo extraña y hoy te doy la razón;
yo misma no me comprendo. Sueño con locas quimeras que me asustan. Anhelo cosas
y me horroriza que lleguen a suceder.
_ ¡Me estremeces, Luana! ¿Qué puedes anhelar
que no tengas?
_ Mamá… presiento que en mi vida plácida y
tranquila va a suceder algo que la turbe maravillosamente. Quisiera detener el
tiempo, temerosa de que este algo que vislumbro, desaparezca, y al mismo tiempo
quisiera saber ahora mismo que me traerán los días, cuya incógnita guarda el
tiempo. No es posible que nadie me comprenda ¿verdad?
_ Creo que yo te comprendo. Cuando se es joven,
es fácil sentir lo que tú expresas…Creo que te comprendo muy bien. Tu corazón
lucha, hija mía, pero se entregará a esa potencia que te turba y que tú temes
porque las desconoces.
_ ¿Y…cómo se llama esa potencia?
_ Amor, Luana, se llama Amor.
_ No puede ser…
_ Claro que puede ser. ¿Qué son, sino amor,
esas palabras tuyas?
_ ¿Pero tu sabes?
_ Claro que si, pequeña. El amor brota de un
gesto, de una mirada. Cuando yo me casé con tu padre, que en gloria esté, no
nos habíamos visto más que cuatro veces.
_ Yo solo lo he visto…
_ Las veces suficientes_ atajó la dama_ para
que tu corazón se interese por él.
_ ¡Es extraño!...
_ Nada hay de extraño en tu amor por ese
muchacho.
_ ¿Tú crees?_ los verdes ojos de Luana
brillaban como los propios luceros, al clavarlos interrogantes en su madre.
_ Pues claro que sí, anda, desiste de ese
paseo y espérale con tu mejor sonrisa. El conde Oswaldo no encontrará obstáculos
para alcanzar tu mano.
_ ¿El conde? ¡Oh, mamá!
Luana sintió en sus ojos el escozor de las lágrimas,
pero reprimiéndolas, apretó fuertemente la fusta entres sus crispadas manos y “Miopía”
sintió la fuerte presión de las espuelas.
Recordaba, mientras la brisa acariciaba su
rostro, el gesto de incomprensión que puso su madre cuando, a continuación de
aquel “¡Oh, mamá!” lanzara inadecuadamente estrepitosas carcajadas.
“Miopía”, seguida de cerca por “Zeus” se
internaba en un extenso coto que pertenecía al desaparecido conde de Montoro;
mientras Oswaldo recibía las disculpas de la dama por la ausencia de si hija.
_ No os preocupéis, conde, ya que quisiera
que todo os fuera grato en esta casa, que podéis considerar como la vuestra.
_ Muy agradecido, condesa.
_ Llámeme Ana María; si hemos de estar juntos
toda la tarde, el protocolo llegaría a ser bastante pesado.
_ No se como agradeceros tanta gentileza Ana
María.
_ Es fácil; perdonando a mi hija esta descortesía.
Oswaldo cerró los ojos, como si le abrumara
la deferencia que le hacía la dama, pero en realidad era para ocultar el brillo
inusitado que se reflejaba en ellos; ya que todo había salido como él lo había
previsto.
Su voz, al hablar, sonó apagada, con fingida
pesadumbre, cuando la realidad era bien diferente.
_ No hubo tal descortesía por parte de Luan;
ella sabe que mi corazón no puede, aunque lo desee con toda el alma, cabalgar a
lomos de un brioso corcel; y a ella le gusta mucho la equitación.
_ ¿Cómo sabéis que Luana salió a caballo?
Por un momento, el desconcierto del francés fue
visible; pero pronto halló una buena respuesta.
_ Las huellas de los caballos se advertían
con claridad y me fue fácil adivinar que vuestra preciosa hija no resistió la
tentación de cabalgar en una tarde tan maravillosa.
_ Quise disuadirla, pero me dijo que un gran
desconcierto reinaba en su alma, y la dejé ir. El aire disipará sus dudas _ le
miró disimuladamente al preguntarle; _ ¿Sabéis que mi esposo piensa en Alberto
de Mendiazabal para marido de mi hija?
_Si, pero imaginé que solo eran rumores. Me
parece que el marqués es algo mayor, para la irresistible juventud de Luan.
_ A mi esposo también le gusta otro joven, pero…
_ ¿Cuando llega su esposo Ana María?
La dama lamentó que él cortase la conversación
por ella iniciada; pero después se consoló pensando que aquello que ella quería
decir era sólo cosa de hombres. El pensamiento de que Oswaldo quisiera hablar
con su marido la congratuló, sonriéndole muy complacida al decirle;
_ Espero su mensaje de llegada de un momento
a otro.
_ Tengo ya grandes deseos de verle. ¿Me
avisaréis de su llegada, para poder saludarle enseguida?
_ No faltaría más. Vos estaréis a nuestro
lado para darle la bienvenida, os lo prometo.
Oswaldo de Livov llevó la conversación hacia donde el le convenía, y su
corazón saltó triunfal cuando, con la llave de los sótanos en su poder, pisó
los escalones de piedra gris que a ellos conducían.
La
puerta cedió lúgubremente, y densas tinieblas le rodearon al cerrarla tras él. Encendió
una pequeña mecha, y como un ladrón, se internó en las negras profundidades,
con sumo cuidado para no manchar el elegante “chaquet” versallesco de irreprochable
corte.
Sus ojos, libres de todo fingimiento, brillaban como los de una fiera al
acecho y exclamaciones de sorpresa y
coraje se escapaban con frecuencia de sus plegados labios, al mirarlo todo
minuciosamente.
Ana María, había mandado servir la merienda y
se extrañaba que el conde pudiera permanecer tanto tiempo en aquellas tétricas
sombras. No podía suponer que la desobediencia a unas órdenes que no consideró
de gran importancia, iba a costarle muy caro en un futuro muy próximo.
Cuando Oswaldo apareció ante ella, pulcro y
elegante, disculpando su tardanza, no sólo en los sótanos, sino que también en
el prohibido despacho, en el que tan solo quedaba una estela de perfume que
denunciaba su paso por allí.
Durante la merienda, se mostró ingenioso y cautivador; pero varias veces
su mano derecha acarició los documentos que ocultaba en las profundidades de su
esplendido “chaquet”.
* * * * *
En cada entrega me dejas con mas intrigas. Ahora me puedo ir a buscar a Delfi a su primer cumple y a esperar la próxima entrega.
ResponderEliminarBesos y buen finde.
Intrigas, intrigas... Como me está gustando esto! A ver si descubrimos algo más en la próxima entrega!
ResponderEliminarBesotes!!!
Vaya, vaya, este señor no da puntada sin hilo, muy impresionante, aunque temo por la condesa, que pueda verse perjudicada por sus actos cuando ella es del todo inocente.
ResponderEliminarMuy interesante, me dejas con ganas de leer y saber más.
Besos.
Vendré más tarde, lo prometo, lo prometooooo Bss
ResponderEliminarVaya, vaya... cómo está el cuento!!! Ya veremos a ver qué es lo que hace el intrigante con los documentos... venga, venga... sé rápida porfa!! ja ja... Bss
ResponderEliminarUps! Se va poniendo más intrigante, qué serán esos documentos? para qué los quiere?
ResponderEliminarPor otro lado, ella se ha enamorado, pero no del que todos desean.
Besos