No se le ocurrió repetir aquello. Sabía qué
el seguía allí, escoltándola y casi sintió pena cuando poco antes de llegar a
la ciudad, dejó de sentir su galopar y su canción alegre y melódica, que a ella
le estremeció dulcemente el corazón.
* * * * *
Luana se había
arreglado con esmero, y esperaba que la vieja Yaya la avisara de que el
carruaje estaba dispuesto. Puso en su tocado turbada ilusión y loca
impaciencia. Sin querer explicarse el motivo, deseaba estar muy hermosa.
Toda la tarde anterior y parte de la noche,
hasta que el sueño la rindió, su cerebro repetía con insistencia un nombre:
Luis Martín González…
Los perfumados efluvios que entraban del
jardín, la suave brisa entre las ramas de los árboles, todo parecían recordarle
al joven osado y burlón, que la había seguido a lo largo del camino.
Mirando el horizonte, sus labios musitaron
como un rezo:
_ Luis Martín… ¿por
qué ni Alberto ni Oswaldo serán como tú?
El sonido alegre de la campanilla de la
cancela, llegó hasta ella apagadamente, sacándola de su ensueño.
“¿Quién será?”, se preguntó sorprendida,
imaginando que sería Fernando, con una perfumada disculpa en forma de misiva,
en la que el francés manifestaría el no poder salir hoy tampoco, porque los
latidos de su corazón eran demasiado fuertes y le fatigaban.
La campanilla seguía sonando con
insistencia, pero ya un lacayo se encaminaba allí a toda prisa.
Un alegre tintineo de cascabeles, la hizo
asomarse al mirador de la terraza y un gesto de disgusto se dibujó en su fresca
boca, de rojos y atractivos labios.
El conde Oswaldo de Livov descendía de un
precioso carruaje y el lacayo en el estribo, sostenía un “bouquet” de
maravillosas y raras rosas azules.
Cuando su madre fue a anunciarle la
llegada del joven, el gesto de Luana era hosco, y en su luminosa mirada, se
advertía claramente el furor que la embargaba.
_ Luana, hijita, ha
llegado el conde Oswaldo.
_ Lo sé, mamá, y
ello me fastidia enormemente.
_ No comprendo, Ayer
te disgustó el que no viniese y hoy te enfadas por que llegó.
_ Si ayer me
disgustó, fue únicamente por su falta de caballerosidad y de tacto, al hacerme
esperar.
_ ¿Y hoy por que te
enojas?
_ No me comprenderías,
mamá.
_ Tienes razón,
hija. Somos tan distintas…
Ana María había
reseñado una gran verdad. En nada se parecían Luana y ella. La condesa tenía
unos ojos dulces y sumisos, el cabello rubio, de un rubio, ceniza claro. Era
aún muy hermosa y su única preocupación era la de no envejecer. Poseía un
carácter pasivo y era incapaz de tomar una determinación por si misma.
Se había casado demasiado joven, y cuando
pocos años después, su esposo falleció, dejándola viuda con una niña de seis
años sintió entonces el terror de su soledad. Se casó dos años después con el
único hermano de su marido por que todos estaban de acuerdo, hasta la misma
Luana, que estuvo encantada de que su querido padrino viniera a vivir con
ellas.
Este casamiento hizo feliz a Ana María, ya
que ni siquiera tendría la necesidad de cambiar de apellido, cosa que le habría
disgustado porque se había habituado a el y le gustaba.
La anciana Yaya entró en los lujosos
aposentos y anunció la visita del conde, saliendo ambas a recibirle.
Oswaldo de Livov, con el ramo de rosas, el
traje completamente ceñido y los encajes perfectamente almidonados, parecía una
estampa viviente arrancada de la Corte de Versalles. Después de besar la mano
de las dos damas, tendió a la muchacha el precioso ramo.
_ Luan, aceptad
estas humildes flores, que os ofrezco con la más rendida admiración a vuestra
belleza.
La condesa pensó que aquel joven era la
encarnación de la delicadeza y la galantería, mientras su hija hacía esfuerzos
por contener la risa, pensando que Oswaldo era un perfecto idiota. No obstante
dijo fingiendo complacencia:
_ Muy amable, conde.
¿Cómo agradeceros…?
_ No se hable entre
nosotros de agradecimiento, Luan, El único que tiene motivos para estarlo soy
yo.
La madre de Luana, bajo el pretexto de
urgentes quehaceres, abandonó el salón y los dejó solos.
Entonces, Oswaldo se puso el monóculo y
miró a la bellísima joven con aire de pesadumbre.
_ El caso, Luan, es
que mi corazón sigue palpitando a marchas forzadas, y claro, un paseo en estas
condiciones podría serle perjudicial. Y quisiera, abusando de ese candor que se
lee en vuestros ojos, pediros un favor.
_ Vos diréis, conde.
Luana pensó que sus
ojos no reflejaban candor alguno, pero si él los veía así…
_ Son dos favores
que quisiera pediros. El primero es…_ carraspeó ligeramente como si le turbara
lo que iba a decir_. El primero es… que dejéis de emplear el “conde” cuando os
dirijáis a mí. Llamadme Oswaldo.
_Concedido los
primero… Oswaldo.
_ Sois la jovencita
más encantadora que cobija el cielo toledano.
_ ¿Y el segundo?
En los verdes ojos de la joven Condesa se
adivinaba una divertida burla.
_ El segundo, es que
suspendamos nuestro matinal paseo y me enseñéis vos el palacio, ya que quisiera
hacer algunas reformas en mi palacete y me gustaría que me orientarais un poco
sobre el estilo castellano.
Luana quedó pensativa un instante, y luego,
encogiéndose de hombros, musitó quedamente:
_ Concedida la
segunda petición._ Y después de una pequeña pausa, preguntó: _ ¿Por dónde
deseáis que empecemos?
_ Lo dejo a vuestra
elección.
_ Entonces seguidme.
Le guió por largos e interminables pasillos
y le enseñó, como si quisiera burlarse de él, hasta el más pequeño o
insignificante rincón del palacio.
Oswaldo lo examinaba todo con demasiada
atención y sus exclamaciones se dejaron escuchar con frecuencia.
_ Tiene usted una
casa preciosa, Luan. Un digno marco para su perfecta belleza.
_ Si vos conde…digo,
Oswaldo…Si vos consideráis como una galantería eso de “perfecta belleza” os
ruego entonces que no lo digáis otra vez. No hay nada tan insoportable como una
mujer o un hombre perfectos. Y si me lo permitís, yo también quisiera pediros
un favor.
_ Concedido al
instante.
_ ¿Sin conocer la
índole de mi petición?
_ Pues…aunque mi
delicada salud no me permite poner mi espada al servicio de las damas, mi
corazón está siempre ansioso de ponerse al servicio de la belleza.
Oswaldo observó el juvenil rostro, que
había tomado un matiz soñador. Por unos instantes las palabras del francés
borraron el presente y la trasladaron a la orilla del Tajo, donde un hombre
osadamente audaz le hiciera enrojecer al enviarle un beso con la punta de sus
dedos.
Tan real fue el recuerdo que Luana se
estremeció. Una tos burlona la sacó de su ensueño.
_ Perdón, Oswaldo;
por un momento mis pensamientos me trasladaron fuera de estos muros.
_ ¿Lejos?
_ No, muy lejos no…
_ Vuestros
pensamientos debieron ser muy bellos, ya que vuestros ojos brillan
intensamente.
_ Pues era todo lo
contrario, fue un pensamiento molesto y…y… pero nos estamos alejando de la
petición que quería haceros.
_ Ninguna petición
tenéis que hacerme. Mandad y seréis prontamente obedecida.
_ Pero si es una
insignificancia…Solamente quería pediros que no me llaméis por ningún diminutivo
por que tengo la sensación de que no se dirigen hacia mí.
El semblante algo cómico del conde, parecía
consternado.
_! A mí, que me
gustaba tanto!...Se me antoja que al llamaros así nadie más que tenía derecho a
cierta intimidad.
Se quedó unos momentos pensativo y después
preguntó:
_ Y Ana ¿Podría
llamaros Ana?
La Joven rió
divertida. Pensó que aquel caballerete francés, no tenía remedio.
_ Podéis llamarme como
os plazca, no discutiremos más ese tema.
_ Muchísimas
gracias. ¿Qué más faltaba por ver?
_ Solo las
habitaciones de mamá y las mías…! Ah, y la cocina!_ Y burlona añadió: _ Pero no
creo que os interesen, ¿verdad?
_ No, eso no me
interesa… por ahora; quizá más adelante. Lo que sí me gustaría ver es el
despacho de vuestro tutor y, si no os da demasiado miedo, también los sótanos.
Oswaldo esperó la contestación con mal
contenida ansiedad.
_ Podéis creerme que
lo siento, ni una cosa ni otra puede abrirse sin la aprobación de mi padrino.
_ ¿Por qué?
_ Lo ignoro. Pero sé
que se pone colérico si osamos entrar, sin su consentimiento. En los únicos
lugares que el nos prohíbe.
_ Lo siento, pero me
hacia ilusión ver los subterráneos de este antiguo palacio.
_ ¿No creéis que
para vuestro corazón, no es precisamente un lugar muy reconfortable?
_Pudiera ser que no
le beneficiase mucho, cierto.
Abandonaron la
mansión y salieron al jardín. El día era alegre y luminoso y el cielo, de un azul radiante,
invitaba a pasear entre la frondosidad de aquel vergel.
Ambos se internaron entre sus senderos,
absortos cada uno en sus pensamientos. Y Luana pensó que, quizá bajo otros árboles,
bajo otras sombras, un arrogante jinete, a lomos de un brioso corcel, esperaba
impaciente el paso de cierta carroza…
Oswaldo pensaba que la suerte no parecía
ayudarle en su arriesgada empresa, ya que era de todo punto preciso que él entrara
en aquellos profundos sótanos del palacio.
De pronto se le ocurrió una idea temeraria…
¿Y qué temeraria idea se le habrá ocurrido a este señor que no parece serlo tanto? Con énfasis en "parece" ;)
ResponderEliminarEn verdad que tengo muchas ganas de saber cuál será su próximo movimiento, porque astucia no le falta, pero Luana es muy lista también y debería de poder imaginar que algo se trae entre manos, si bien no es de extrañar que esté un poco distraída pensando en ya sabemos quién...
Me ha encantado esta parte, hay tantas intrigas y medias verdades, que lo estoy pasando genial, muchas gracias por compartir tu historia.
Besos, querida Jota, y feliz fin de semana.
Esperemos que Luana no meta la pata al final, que tiene la cabeza en otra parte... O en otro hombre sería mejor decir. Que este Oswaldo tiene lo suyo, aunque vaya de inocente. A ver qué nos prepara...
ResponderEliminarBesotes!!!
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El caballerito este quiere más que coquetear con Luana. ¿Qué se esconden en los rincones del palacio?
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