viernes, 3 de mayo de 2013

El Secreto, segunda parte del capítulo I


    Al cerrarse tras ella la puerta de sus lujosos aposentos, dejó de ser la muchachita que sueña con el amor y se enfundo con su personalidad de altiva damisela, que miraba a todos con el orgullo que le daba el haber nacido en tan alta cuna.

*  *  *  *  *
 La campanas de la catedral de Toledo dieron las nueve, y el sonido se extendió por la vieja y tranquila ciudad.
    La luna extendió sus rayos de plata sobre los severos edificios, cuyas sombras se reflejaban en las estrechas y empedradas callejas. La guardia toledana se disponía a cerrar las puertas de la ciudad, cuando tuvo que echarse a un lado ante el loco galopar de dos jinetes, cuyos juramentos se  perdieron entre los cascos de las cansadas bestias, las cuales, sudorosas y fatigadas, empezaban a aminorar la forzada marcha.

_ Un minuto más y nos habríamos tenido que quedar fuera.
_ Os lo advertí, señor, que así sucedería.
_Tuvo la culpa esa preciosa muchacha, sobrina del ventero. ¡Canta como los ángeles!
_Tengo mis dudas sobre ello, señor.
_ ¿Te atreves a sostener lo contrario?
_ Lo que me atrevo a decir es que los ángeles no cantan de esa forma y con ese estilo tan…tan…
    El más joven rompió a reír, al preguntar:
 _ ¿Tan qué Fernando?
 _ Tan perturbador, señor.
_ ¿Te pareció así?_ Y sin esperar respuesta, siguió hablando_ Las mujeres de España tienen un endiablado atractivo y temo por mi inflamable corazón. ¡Seguro es que no podrá resistir el fuego de algunos ojos negros!
    Los cascos de los caballos repercutían en el silencio de la noche. Los dos hombres cubrieron sus rostros con el embozo de sus capas negras, calando sus sombreros a la altura de sus ojos.
    Sus precauciones eran inútiles, ya que las calles estaban desiertas.
_ Mirad, señor, ¿Veis esas grandes murallas?
_ Si, Fernando.
_ Es el palacio de la condesa de Alamar. Los toledanos le llamamos “Mimosa”, porque hay allí infinidad de esos árboles.
_ ¿Cuántos hijos tiene la condesa?
_Sólo una hija.
_ ¿Del segundo matrimonio?
_ No del primero. Es altiva y orgullosa, pero tan bella como un serafín.
_ ¿De ojos negros?
 _ No, no son negros, los ojos de la condesita Luana tienen un color verde indefinido, pues cambian según sea el humor de su dueña.
_ ¿Seguimos?
_ Vos mandáis mi señor.

  Los caballos volvieron a galopar, rompiendo la quietud de aquella plácida noche.
    Pronto llegaron a un imponente caserón cuyas estrechas ventanas parecían las de un convento.
   Fernando sacó una gran llave y la encajó en la cerradura. La grande  y maciza puerta se abrió, mostrando una oscuridad mucho más intensa que la exterior. Luego se cerró la puerta de nuevo y ellos salieron a un patio de armas, grande y cuadrado, donde ataron las monturas.

    Una vez dentro de la obscura mansión, el sirviente encendió un pesado candelabro de bronce y precedió a su señor hasta un gran salón, donde otro candelabro iluminaba la figura de un hombre, que se había levantado al oír el rumor de los pasos que se acercaban. Entonces, Fernando vio como los dos hombres se fundían en un fuerte abrazo.

_ ¡Quien me iba a decir a mí que, después de tantos años sin vernos, volveríamos a encontrarnos en circunstancias tan tristes!
_¿Por qué no me llamasteis antes, tío? Igual que ahora, me habría faltado tiempo para venir a vuestro lado.
_ Lo sé muchacho. Pero hace cuatro años eras muy joven para enfrentarte con esta terrible realidad.
_ No tanto, pues ya había cumplido los veintidós.
_ Estos cuatro años que has vivido plenamente, te serán muy útiles si como supongo, estás dispuesto a ayudarme.
_ ¿Podéis siquiera dudarlo, tío?
_ Ni un solo momento dudé de tu lealtad y cariño, ya que, de lo contrario, habría huido. Pero tú sabes por mi fiel servidor, que mis planes son otros.
_ Fernando fue bastante explícito. Por lo tanto, ya hice los planes que nos llevará a la victoria.
_ El cielo nos preste su ayuda si fracasamos…
_ No fracasaremos. Vamos a luchar con astucia y disimulo, con las mismas armas que emplearon ellos para hundirle hace cuatro años.
_ Cuatro largos años que vivo acosado como las fieras… cuatro años que fue puesto precio a mi cabeza, por traidor…
  
  La voz del conde Francisco de Montoro impresionó a sus dos oyentes por el dolor que encerraba.

_ Pronto los verdaderos traidores pagarán sus culpas, pues no pienso tener piedad con ellos. Seré astuto como un zorro.
_ ¿Quieres revelarme tus planes?
_ Claro que sí. Los maduré durante todo el viaje y estoy seguro de que serán aprobados por usted.

 El recién llegado arrastró  un viejo y polvoriento sillón y desembarazándose de la capa, se sentó para iniciar una larga conversación.

Francisco de Montoro le escuchó con honda emoción y la risa, que había muerto en sus labios cuatro años atrás, floreció como un milagro, al renacer en él sus esperanzas.

_ Con un cerebro como el tuyo, es seguro que venceremos. Pero antes de que des un solo paso he de advertirte que si fracasas, tu cabeza será colgada en la Plaza Mayor.
_ Entonces lo sentiré por vos Tío.
_ ¿Por mí? No, muchacho. Por mí no. Es difícil comprender la psicología humana. Cuatro años esperando el momento de tu llegada y ahora, después de tenerte aquí, casi estoy arrepentido de haberte llamado. Me asusta el riesgo que pueda correr tu juventud.
_ Mi juventud la expuse muchas veces por fútiles motivos. Si me jugué la vida por una sonrisa o el beso de una dama ¿Cómo no voy a poner mi espada sin temor al servicio de vuestro honor?
 _ ¡Muchacho!
_ Vuestro honor es también el mío.

Unos fuertes albadonazos contra la claveteada puerta estremecieron el corazón de los tres hombres.

_ Ya están aquí, estos hijos de Satanás. ¿Qué vendrán buscando?_ dijo Francisco.
_¿ Hacía tiempo que no se acercaban por aquí?
_ Unos treinta días.
_ ¿Y qué haremos ahora? Yo puedo ir con vos al sótano, pero ¿Y el caballo?

    Los violentos golpes volvieron a dejarse sentir, más fuertes todavía. Los tres hombres permanecieron  inmóviles, incapaces de aclarar cual iba a ser su siguiente paso.
    De pronto, el semblante del joven recién llegado se iluminó.
_Corred a ocultaros, tío. Y tú Fernando, ábreles las puertas. Pero antes indícame dónde puedo encontrar una tina con agua y jabón.
_ ¿Qué piensas hacer?_ preguntó Francisco a su sobrino.
_Vos corred a vuestro refugio. Fernando y yo nos las entenderemos con ellos.

El conde cogió el pesado candelabro y salió de la habitación. Francisco de Montoro era un hombre como de unos cincuenta años, de porte erguido y figura señorial. Moreno, de ojos inteligentes con sus aladares prematuramente blancos, revelando su dolor y sufrimiento.

_Ahora aprisa, indícame pronto lo que te he dicho. ¡Vuelven a llamar!
_ Saben que Fernando Paz, es algo sordo._ Miró significativamente a su amo y siguió diciendo: _siempre que abro empiezan a perder la paciencia. Esto les hacía desconfiar en sus primeros registros, pero ahora ya se han acostumbrado.

   El criado abrió una puerta e indicó al joven amo, lo que le había pedido.

_Ahora, ve a abrir. Cuando pregunten a quién pertenece el caballo, les dices que es de un criado del sobrino del conde, que se adelantó  en su viaje para anunciar la llegada de su señor.

Fernando dejó el candelabro y encendió una palmatoria con una escuálida vela. Alcanzaba ya los cerrojos de la puerta, cuando con más furia, volvió a sonar el aldabón.
_ ¡Ya va!
Descorrió los cerrojos y los armados  alabarderos del rey Felipe V se precipitaron en el interior.
_ ¡Voto a cien mil demonios armados!
_ ¿También hoy estabas durmiendo?
_ Pues no tienes cara de haber despertado de un sueño feliz.

Fernando les miró con fingido gesto de enfado y burla al decir:

_ ¿No creéis que a estas horas la real guardia de nuestra serenísima y graciosa Majestad estaría mejor en otro lugar que aquí alborotando a pacíficos ciudadanos? ¿O es que vuestras gargantas echan de menos el buen vino de esta casa?
_ Nuestra misión es más sagrada que probar el vino de tus cubas. Pero nunca un buen trago está de más, si se tiene en cuenta que tu maldita sordera nos tiene media hora a la intemperie.

    Hablaban alto y sus voces repercutían en el gran patio, que la luna llenaba de misteriosas sombras.
   
_ ¿Donde está el jinete de ese precioso pura sangre?_ Preguntó un guardia de pronto.
_ ¿Eh?_ Contestó Fernando, en su magnifico papel de sordo.
-¿Que donde está el jinete que esta noche montaba esta bestia?
_ ¡Ah! Esta sordera mía…
_ ¿Quien es el hombre que te acompaña Fernando Paz?
_¿Queréis verle?
_ ¿Queremos ver toda la casa, incluyendo a tu hombre, _ contestó el que parecía mandar sobre la cuadrilla.
_ ¿Un trago antes?
_ No, antes la obligación. Después…

Otro guardia terminó por el.
_ El trago.
_Esta bien, vosotros mandáis. Empezad por donde mejor os plazca. Yo no os acompaño hoy, pues tengo que atender al recién llegado.
_Te hemos preguntado por el.
_ ¿A si? No lo oí_ Cogió y tiró de sus orejas con las manos_. El recién llegado es un lacayo del heredero de mi señor, que vino a anunciar su próxima visita.
_ ¿Y cuando llega el heredero?
_ ¿Qué?

    El semblante de buen Paz, daba la sensación de una verdadera sordera.

_ ¡Por mil demonios armados!- Acercó su boca a su oído y le volvió a preguntar, dando muestras de cólera._ ¿Cuándo llega tu nuevo señor?
 _ No lo se con certeza, pero se lo podéis preguntar a su enviado.
_Condúcenos hasta el.

Fernando les acompaño a través de tétricos pasillos, cuyas sombras apenas rompía la vacilante luz de la vela.

Abrió la puerta y los cuatro alabarderos vieron un rostro lleno de jabón, cuyo cuerpo se sumergía en un mar de espuma.

_ Estos servidores de nuestra graciosa Majestad, desean conocerte y preguntarte cuándo llegará tu señor.

Paz no dudo en tutear al joven, sabiendo que otra cosa habría extrañado a la guardia.
_ Tendrán que perdonar que les reciba de esta forma. Si hubieran avisado de su llegada…

    Las cejas llenas de blanca espuma se alzaron con gesto burlón.

_ La guardia nunca avisa, jovenzuelo. Tendrás que saberlo, lo mismo que tendrás que dejar a un lado esa ironía de la que haces gala.
_ Gracias por la advertencia. Lo tendría en cuenta si no partiera de España mañana mismo.
_ Entonces…Bien, como necesitarás descansar, dinos cuando llega tu señor.
_ Dentro de cuatro días.

La guardia cerró de un portazo y después, con la monotonía de la costumbre, se dedicó al registro.
    Al día siguiente, cuando empezaba a clarear un nuevo día, un apuesto jinete, montando un brioso corcel, trasponía las murallas de Toledo. Las grandes murallas que el rey Alfonso VI conquistó a los árabes en 1085.




5 comentarios:

  1. Qué interesante capítulo, Jota, me ha gustado mucho. Sé poco de la historia española, no tanto como quisiera, pero al leerte, me he sentido como transportada a esta época, he disfrutado mucho los diálogos, a estos dos nuevos personajes tan interesantes y me muero por leer lo que sigue.

    Besos.

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  2. Venganzas... Me gusta! Nos dejas con la intriga de lo que pudo pasar en el pasado. Y desde luego este protagonista me está gustando.
    Besotes!!!

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  3. Con cada personaje logras aumentar mi ansiedad por saber como sigue.
    Besos

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  4. Con tu relato me adentré a la España de aquellos años y me ha encantado.
    Besos

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  5. ¡Qué interesante, muy interesante!! Enganchadísima, ja ja,,, me encantan las historias, y los cuentos, ya lo sabes... Pero hoy... ¡FELICIDADES QUERIDA AMIGA! Bss

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Un verdadero amigo es alguien capaz de tocar tu corazón desde el otro lado del mundo.